Un mundo dominado por la magia, en el que los pensamientos y las ideas se vuelven el arma más poderosa que pueda existir para cualquiera. Divido en cinco grandes reinos, en los cuales cada gobernante tiene control total de un elemento.
En el que es presidido por el agua, un hombre sentado en una roca a la orilla de una laguna observa las ondas que se forman en la superficie de aquel líquido, vital para cualquiera de ellos.
Cubierto bajo un manto, observa el cielo nocturno, que en algún momento es atravesado por un águila que cruza el firmamento volando en círculos, anunciando el preludio de una batalla esperada, pero nada deseada. Bajo aquella tela, su rostro impasible se prepara para lo que viene. Aquella ave es su mensajera y ahora que vuelve a él, tiene la certeza de lo que sucederá en los próximos tiempos.
Su mirada se entristece al ver el mensaje que llega a sus manos, lo único que él deseaba era que los habitantes que confiaban plenamente en él siguieran viviendo en paz y armonía. Ahora, por mucho que quisiera, lo único que podía hacer era luchar y proteger ese lugar con todas sus fuerzas. No sabía con certeza lo que había iniciado aquella situación, el hecho estaba en que era inevitable a estas alturas. Los demás ya habían caído en conflictos, los problemas se iban sucediendo uno tras otro, un efecto en cadena que iba empeorando poco a poco.
Aquel sitio en específico era su refugio desde que había sido un niño. En los momentos en los que su mente no podía soportar y sentía que sucumbiría, huía y aquel mismo árbol que ahora se alzaba majestuoso tras él le cobijaba bajo su sombra. Ahora sus ramas habían crecido tan alto, ya no podría simplemente trepar hasta lo más alto.
Sus manos tocaron el agua, y la gravedad pareció dejar de afectarla. Se alzó formando un pilar cristalino. La prenda que hasta ahora le había cubierto voló siendo afectada por una ráfaga de aire, dejando al descubierto su rostro, inconfundible para cualquiera que le viera. Sus cabellos oscuros se mecieron con el viento, sus ojos se cerraron lentamente y su mente se sumergió en los recuerdos.
El castillo imponente que se alzaba a lo lejos siempre había sido su hogar, con sus altas puertas que antes le parecían aún más inmensas. Los pasillos en los que un desconocido podría perderse, pero en el que sus pasos habían resonado en las noches de tormenta muchos años antes, cuando buscaba refugio cerca de sus padres al sentir miedo.
En aquellas estancias había aprendido todo lo que se había considerado importante. Era el único hijo en aquella familia y habían visto en él lo suficiente para gobernar sin problemas. Poco a poco se había dado a conocer una vez que tuvo edad suficiente. Los súbditos le querían por la nobleza y la preocupación que demostraba sinceramente hacia ellos.
Sus párpados temblaron, al abrirlos, en su mirada profunda centelleó la decisión que había nacido en su interior. Iba a luchar, porque era necesario, como nunca lo había hecho. Lo que se avecinaba no era bueno, pero sabía que si no tomaba una decisión no podría defender lo que amaba…
Vio un tenue reflejo en las aguas que sus manos controlaban, su rostro, con aquellas marcas, símbolo de su raza. Era un tatuaje que solo ellos llevaban y ahora era él el único que lo ostentaba. Apenas y recordaba el momento en el que lo habían grabado para siempre en su piel pálida. Dejó que el agua cayera, escurriendo entre sus dedos. Sonrío débilmente ante la sensación que le producía… algo que normalmente le tranquilizaba… tanto como el sonido que producían las gotas de lluvia al chocar contra el suelo o cualquier objeto con el que se cruzaran, como las olas al romperse en la costa o el sonido tranquilo de las aguas del río siguiendo su camino hacia el mar.
En su brazo derecho resplandecía una gema, símbolo del poder que su cuerpo guardaba. La túnica que le cubría, ceñida con un cinto de color azul marino adornada con reflejos de plata era algo que solo se veía generalmente en el castillo. Los uniformes de los altos rangos, sin importar el área, poseían esos colores en su mayoría.
Se giró, dispuesto a regresar y dar las órdenes que se esperaban de su parte. Un último vistazo a ese lugar de ensueño, que le había proporcionado sosiego cuando lo necesitaba hasta ese momento. Justo ahora, todos sus soldados probablemente ya habrían sido reunidos. La sensación de que no volvería a aquel lugar le inundó. No volvió la vista a atrás, frente a él estaba el reino que había jurado proteger. Era tiempo de demostrar que su juramento no había sido una mentira superficial. Estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviese en sus manos para evitar que la guerra se extendiese por demasiado tiempo.
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